Anomía nuestra de cada día
Nuestra realidad global y especialmente la paranaense (vivo en la región hace 45 años) tiene un nombre: se llama Anomía y significa, desintegración de normas que aseguran el orden social. (Larousse)
El término se atribuye a Emile Durkheim, sociólogo francés (1917), quien descubrió que en las grandes ciudades industriales - también en la nuestra – el individuo se pierde, su identidad se esfuma y no sabe a qué atenerse. Un día pregunté a un universitario de curso superior por qué un adolescente amanecía todos los fines de semana en las discotecas. El respondió sin titubeos: Si no estamos allá, ¡No existimos profe….!
La pulverización moral hace lo suyo, ya que al ser cada uno nadie, sólo la licuación o derretimiento dentro de la masa, le da seguridad. ¡Nada es mejor, todo es igual!
La a-nomía indica que no hay normas y que cada cual tiene el derecho a establecer las suyas. Así vemos como cualquier “chofer”, de cualquier tipo de rodado cierra la calle para hablar con quien se cruza. Cualquier imbécil viola todo tipo de normas de tránsito y de convivencia humana. Cualquiera estaciona en medio de la calle, con elevado volumen de su equipo de sonido, desafiante, prepotente. La comunidad observa paralizada el grotesco espectáculo. ¿Quién mueve un dedo? Para un juez, policía o fiscal puede no existir ninguna diferencia entre una violación de normas de tránsito o un aborto. Luego, ¡Nada es mejor, todo es igual!
René Descartes, hace más de 300 años ya había pronunciado su famosa frase: “Pienso, luego existo” El tiempo ha pasado. Hoy, el existo sigue existiendo. El pienso, en cambio, resulta una acción titánica, una hazaña. Por eso, el existo de cualquier modo, vive comodísimo, porque el pienso sigue durmiendo su larga siesta. No molesta.
De donde se sigue que otros piensan por nosotros y nos marcan rumbos como qué comer, cómo hablar, qué vestir, etc. La ética no dictamina lo que debe hacerse. Lo hacen los periódicos, el noticiero, el afiche, el ídolo de turno, la masa y la presión social. Por consiguiente: ¡Nada es mejor, todo es igual!
“Aparentemente – dice Jaime Barilko - Los Valores y las virtudes, p. 146 - el individuo sabe lo que quiere y tiene idea muy clara de lo que debe hacer. Pero luego de comer, de haber escuchado su programa radial, leído su periódico de la noche anterior o haber mirado la TV, hay que irse a dormir, satisfecho. Desde esta perspectiva, tales medios de información pueden ser considerados eficientes narcóticos sociales. Tan eficaces pueden ser que los drogados hasta pueden no advertir su enfermedad. “Somos todos iguales, igualmente nada. Igualmente informados, uniformados, no en lo exterior, sino en las paredes del alma y de la mente y de los sentimientos”
Para que este desatino social siga gozando de buena salud, es menester señalar que gran culpa la tienen nuestras débiles autoridades, pues al parecer, no poseen agallas suficientes para erradicar las nefastas costumbres por el sencillo medio de aplicar leyes y reglamentos. Repito, ¡cualquiera hace lo que quiere y en las narices de nuestras autoridades.. y.. no pasa nada! Al fin de cuentas, ¿son diferentes nuestros tribunos y pretores, de nosotros los plebeyos en su modus vivendi y modus operandi? ¿No cometen los mismos vicios que debieran controlar? Entonces, ¡Nada es mejor, todo es igual!
La tan recontra gastada palabra globalización nos permite igualarnos en el globo. Y con eso nos quedamos muy satisfechos. Estamos globalizados, porque repetimos lo que oímos en los noticieros, bulímicos de lo intrascendente, absorbemos todos los comentarios y demás Vyroreí que dice cualquiera, sin analizar lo que dice. Y todos decimos lo mismo acerca de lo mismo, ayer, hoy, mañana y siempre... lo mismo. Así las cosas, definitivamente, ¡Nada es mejor, todo es igual!
Pensándolo bien, estimado lector, ¿no somos parte del universo de muñecos que se mueve a pila sin necesidad de pensar? …. Saque sus conclusiones, por favor.
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