viernes, 17 de diciembre de 2010

EL FIN DE LA VIDA SOCIAL

Hoy es urgente reflexionar profundamente sobre la vida social y la sociedad en general. Siempre se ha pensado que el fin de la vida social era brindar bienestar a la ciudadanía. Por eso los hombres se asocian no solo para sobrevivir y satisfacer sus necesidades personales materiales más perentorias, sino sobre todo, para alcanzar los bienes que forman parte de la vida buena, que sólo se alcanzan gracias a la amistad en sentido amplio, es decir, a las buenas relaciones interpersonales entre el conjunto de ciudadanos. (Ricardo Yepes S. -  Fundamentos de Antropología, p 243)

Aristóteles dice que los bienes que forman parte de la vida social son: la justicia, el respeto a la ley, la seguridad, la educación y sobre todo, los valores aprendidos que guían la libertad, la amistad y la virtud.

Al punto - y a la luz de nuestra triste realidad - preguntamos ¿cuántos individuos comprendemos cabalmente el significado de bienes que forman parte de la vida social? ¿Qué significa para muchos la justicia, el respeto a la ley, la educación, la libertad y la virtud?

El fin de la vida social es la felicidad de la persona. En consecuencia, la sociedad y sus instituciones (a esto llama Aristóteles “la ciudad” la polis) debe ayudar a los hombres a ser felices y plenamente humanos, lo cual consiste en conseguir el conjunto de bienes que integran la vida buena.

El fin de la ciudad es entonces lograr “lo que conviene para toda la vida”, para una vida plena y completa. Esto significa que la vida social, y en consecuencia, la vida económica, cultural y política, tienen mucho que ver con la ética.

En conclusión, la persona necesita de otras para comportarse conforme a lo que es y alcanzar su plenitud, porque no hay un “yo” sin “tú”, al decir de M. Buber. Las relaciones humanas  las buenas -  no son un accidente añadido, del que se pueda prescindir. Entender esto es entender al hombre.

La sana convivencia con los demás pertenece a la naturaleza humana, porque ésta no puede desarrollarse sin aquella. Es absolutamente necesario mutar nuestros hábitos y vivir en comunidad con decencia y respeto mutuo. Por eso no hay hombre sin ciudad: “el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia autosuficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios”, nos recuerda el maestro Aristóteles.

Si erradicamos nefastas costumbres como las programadas peleas callejeras entre  estudiantes de distintos colegios, la prepotencia en sus diferentes formas, con que hoy se actúa, el desprecio que se demuestra diariamente hacia las normas de convivencia humana, entre otras, podremos afirmar con satisfacción que, el fin de la vida social, es la felicidad del hombre.

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