sábado, 4 de febrero de 2012

COMPROMISO BÁSICO DEL CRISTIANO

Tarea imposible sin la Gracia de lo Alto

El cristianismo no es gnosticismo (pretensión del conocimiento total); no predica la salvación por el exclusivo conocimiento. Ello sería barbarizar la razón. El cristianismo es acción libre, espontánea y amorosa. Es vocación a obrar bien, el bien.
San Agustín nos recuerda: “No se entra a la verdad, sino por el amor” Amor que se traduce en magnanimidad, humildad, entrega y gran dosis de coraje para pensar la verdad, decir la verdad y hacer lo justo y verdadero.


El cristianismo – por tanto - no es para pusilánimes, quienes temen la impopularidad que supone remar contra corriente llamando a las cosas por su nombre y viviendo con conciencia recta, aunque tal concducta, muchas veces, atente contra lo políticamente correcto, como son las bienaventuranzas.

El día en que Jesús enseñó las bienaventuranzas firmó su sentencia de muerte, pues, no puede predicarse algo tan “contrariamente horroroso” a la filosofía de este hedonista mundo, sin que los terrícolas narcisistas acaben vengándose, llevando al predicador a su tormentosa muerte.

Porque decir cosas como: “dichosos los que sufren…los tristes...los que tienen hambre.. los que sufren”, es el mejor camino para ganarse enemigos. Y la crucifixión no podía estar lejos cuando agregó: “ ay de vosotros los ricos..  de los que ahora están satisfechos porque ya habéis recibido vuestro consuelo… ay de vosotros que ahora reís…porque gemirán”.

El cristiano que vive su compromiso de bautizado (sacerdote, profeta y rey) con coherencia, da libertad, valentía y paz interior, a pesar de las humanas debilidades y limitaciones. No se arruga ante el democrático miedo al qué dirán. El cristiano encariña la razón, no la barbariza: "Obra de tal forma que no tenga que arrepentirse, en aquella hora, de haber amado demasiado poco", sugiere Chiara Lubich.
A propósito, recordamos a Leonardo da Vinchi quejándose así: Señor, tú nos das dones, pero nos pides a cambio, dolores, trabajo, cansancio.     
Es curioso que nunca como ahora el mundo tuvo tantos enseñadores de virtudes y ética, pero también, como nunca, pocos practican lo que hablan. El beato Juan Pablo II en su Encíclica Veritatis Splendor Nº 2 apunta: Ningún hombre puede eludir estas preguntas fundamentales: ¿Qué debo hacer? y ¿Cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta es posible sólo gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo de cada espíritu humano.

Así las cosas, es urgente hablar de lo esencial en favor de tantas ovejas desorientadas con el reloj en la mano, hoy...aquí y ahora... no "sine die", como gustan cacarear ciertos “sumos pontífices del impresionismo” lingüístico, perennemente perdidos en diarrea dialéctica.       

Hay dos tipos de cristianos: el de los justos que se creen pecadores y luchan por superarse, el  otro, los pecadores impenitentes, que se creen justos. Estos carecen de capacidad para sentir vergüenza y dolor por el mal causado a él mismo y a otros.                                                                                         

¡Seamos de aquellos que trabajan pendientes de la aprobación de Dios y de nadie más!

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