Cultivar la mente es una necesidad que no admite discusión. Sobra, por tanto, afirmar que el hombre dotado de inteligencia, debe desarrollarla. ¡Y es plausible!....El “caracú” de este artículo, no obstante, se cimenta en el para qué del cultivo intelectual. No pocos centros de instrucción promueven y cultúan a niveles de irracional paroxismo la necesidad de acceder a maestría, doctorado y demás competencias académicas. Y repito, lo veo muy necesario y urgente.
Pero, expongo algunas preguntas que a mi juicio deben ser respondidas ya:
1. ¿Por qué esta carrera desenfrenada hacia el “saber más”, sin embargo, produce “menos calidad de profesionales como personas?
2. ¿Por qué los aspectos positivos de intelecto desarrollado no logran suprimir las múltiples fracturas sociales, económicas, políticas y éticas de nuestro país?
3. ¿Por qué un cerebro ilustrado no llega a valorar y liberar positivamente al hombre actual, cada vez más retrógrado y cavernícola en su modus operandi?
4. ¿Por qué brillantes intelectuales académicos de ésta y aquella disciplina nos enseñan con su diaria incoherencia de vida, verdaderas cátedras de cómo hacer excelentemente bien, el mal?
Se ha dicho que la inteligencia, entre otros, no son valores absolutos, es decir, de nada sirven si no son para utilizarlas correctamente. ¿De qué sirve la libertad si no se disfruta; la verdad si se calla, la honestidad, si no se practica?
El intelectual arrojado a la vorágine de las superestructuras tecnitas corre peligro de perder el contacto con el mundo real, de incurrir, pese a todo su dominio del cosmos mediante el desarrollo de su fantástica inteligencia, en un creciente enajenamiento del mismo. Alfons Auer en “El Cristiano en la Profesión”, 163 – dice: “A. Gehlen ha hecho notar con insistencia que este hombre actual no puede ya guiar su conducta desde dentro, porque “las coyunturas económicas, políticas y sociales le resultan incomprensible espiritualmente e irrealizables moralmente”.
Descolgados de este sobrio pensamiento cabe explicar por qué tantos profesionales con dos o más títulos académicos, son lanzados anualmente al mercado laboral sólo para competir como hambrientos tiburones en este mar de consumismo diabólicamente voraz.
Cultivemos la inteligencia, pero al mismo tiempo, fortalezcamos la voluntad, para finalmente, disciplinar la conducta. Este es el trípode sobre el cual ha de reposar la formación integral de todo profesional-intelectual. La inteligencia sin ética genera una fauna de grotescos desfilantes en las pasarelas de la “aparatosidad estúpidamente opulentas donde pavonean sus huecas vanidades”, diría J. Ingenieros.
Abogo porque en mi país abunden intelectuales de primer nivel que vivan aprendiendo para ignorar menos y además, sean revestidos de valores morales para vincularnos - sin animus jodendi, como dice un amigo - a la mayor parte de la sociedad, en un esfuerzo por mejorar y elevarnos como personas de bien. ¿No es buena idea?
Estimado lector, ruego absuelva mi escasa puntería intelectual y corrija mis errores si así lo considera.
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